César Castillo / El sentir de Coahuila
Rubén miraba a
través de la ventana del primer piso del palacio rosa. La cortina ocultaba su
mirada escurridiza que buscaba algo en la calle. Ese parecía ser un buen día.
¿Cómo se había puesto todo tan mal?
Acababan de informarle
que Víctor huyó y abandonó el barco. Todos los incondicionales iban y venían
por los pasillos cargando cajas llenas de papeles desesperados por recoger todo
lo que pudiera servir de evidencia, su propósito era salir de ahí, alejarse de
él lo antes y lo más lejos posible. Algunos lanzaban miradas furtivas a ese
hombre que en el momento más mejor de su carrera había alcanzado el poder
valiéndose del carisma de su hermano.
Todos se
preguntaban que hacía perdiendo el tiempo en vez de salir de ahí como todos los
demás y ponerse a salvo.
“Es inútil” -pensó-
estaba informado que escapar de palacio sería peor, -ensimismado Rubén profundizó
en la reflexión- ¿cómo había llegado todo hasta ahí? Que atrás quedaron los
años en que con su hermano soñaba con alcanzar el poder, aquellas tardes en que
la estrategia era planeada: la apertura de centros de capacitación para
alfabetizar y enseñar alguna manualidad a las señoras de todas las colonias de
la capital, y porque no, en todo el Estado, sería el primer paso para
posicionarse.
Recordó la alegría
que sintió cuando juntos alcanzaron las primeras posiciones de poder: la
Secretaría de Educación, la Alcaldía, la primera Gubernatura…cuánto poder.
Recordó cuando el
grupo era compacto, cuando las ideas y los planes eran ejecutados con una precisión,
suficiencia y limpieza dignas de genios de la política.
En qué momento se
distanciaron y se conflictuaron a un grado tal, que son vistos como una versión
moderna de Abel y Caín. Lamentó en silencio el haber cometido el fratricidio
político más vergonzoso de la historia. Sintió como sus piernas se
reblandecían, su corazón dio un fuerte impulso y pensó en escapar de ese despacho
donde se decidió el destino de toda esa gente que venía en camino a echarlo del
poder.
Cómo deseaba un
buen trago del whisky que presumía esa botella verde, si no fuera por el cáncer
que le consume ya podría haberse embrutecido y dejar de sentir. Regreso su
mirada a la calle en espera de que las
promesas de sus escoltas fueran ciertas, le dijeron que ante una situación de
emergencia nunca perdiera el control de sus emociones, que no cayera en la
desesperación, que él tendría a su servicio todos los recursos materiales y
humanos disponibles, le dijeron que evitara ingerir bebidas alcohólicas pues de
esta forma aletargaría su organismo y le impediría reaccionar más rápido. Este
último consejo le pareció más una receta de rendición, además ¿quién desearía
beber en tal situación? Trató de convencerse.
Cuatro eran los
escoltas que continuaban protegiéndolo, los demás, nadie sabía, los que se
quedaron no fue por un noble cumplimiento del deber sino porque sabían,
también, que era inútil salir de ahí. Ya el pasillo estaba abandonado. Sólo los
escoltas impecablemente vestidos asomaban. ¿Cerrar la puerta? ¿Para qué?, esa
puerta era un insulto, no resistiría siquiera el embate de un niño berrinchudo.
¿Para qué cerrarla?
Un ruido creciente
comenzó a inundar la calle que Rubén tanto miraba. Un rugido que cimbro las
ventanas. No eran vehículos blindados los que llegaban, no era una tropa
organizada, no era una división de paracaidistas. Era el pueblo que venía a
cobrar una cuenta muy añeja. Un pueblo cansado de ese ambiente de estrés y mal
gobierno.
"¡Señor por
la escalera privada!" gritó un escolta. Su grito parecía más una súplica
que una orden. Los otros tres hombres le siguieron mientras Rubén ahogó una petición que les ordenara quedarse.
El rugido ahora se escuchaba dentro de palacio. Inundaba todo y consumía todo. Instantes
después, sonoras consignas marcaban el final ¡Queremos que te vayas nos tienes
hasta la madre!, ¡Humberto te ayudó y tu lo abandonaste!
Secos truenos de
pedradas sonaban en las ventanas los escoltas trataban de mantener a raya a
quienes también los insultaban. Eran cientos de ellos y la defensa era el
último acto de honor de esos guardaespaldas que eran víctimas de esa
circunstancia. David -otro de los traidores-
forzaba a Rubén a salir de ahí, con suplicas intentaba decirle a su jefe
que todo había terminado y era mejor evitar el deshonor de ser exhibidos.
Cientos y cientos
de personas trataban de subir a ese primer piso, estaban hasta la madre de
saber que Rubén pudo ayudar a Humberto pero no quiso, sabían que si Rubén
hubiera difundido la obra pública y social de su hermano nada de esto hubiera
pasado, la opinión pública sabría a ciencia cierta que esa deuda de la que
tanto hablan se aplicó a lo largo y ancho de todo el Estado. Se apretujaban
unos a otros tratando de llegar primero que nadie a correr a ese indeseable.
Al llegar al
despacho en ese primer piso el pueblo enardecido ya no encontró a Rubén, al
abrir la cortina la luz penetró en la habitación alejando la penumbra en la que
se encontraba momentos antes. Rubén huyó con David y cual cobardes abandonaron
el poder antes que reconocer que sus acciones llevaron al proyecto a navegar
por aguas de inestabilidad y descredito por el sólo hecho de sentirse acomplejados
y dolidos por el cariño que ese pueblo nunca dejó de sentir por el profesor.
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¿Dónde está Vicente Chaires?
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World Press Photo...
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Eran dos convictos...
...que hicieron un túnel para escapar de la cárcel, cuando se disponían a realizar su escapatoria no contaron que había un guardián que conocía de los planes de escape y los estaba esperando a la salida del túnel con un grueso tolete. Una vez en la escotilla de escape del túnel, dice uno de los presos:
¡Por fin, la libertad! Y abrió la escotilla. Cuando sintió el fuerte golpe del tolete del guardia justo en el mero hocico. El presidiario inmediatamente se regresa con la mano en la boca y el otro le pregunta:
¿Qué pasó? ¿Por qué no saliste?
A lo que el primero respondió sin destapar su boca:
Es que me dá mucha risa, sal tú primero.
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Sitios de todo el País que dieron cobertura a la manta ¡Liberen a Moreira!
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UN CUENTO DE FICCIÓN...
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